En busca del sentido

 

Esta es la historia de un joven campesino que estaba harto de llevar la misma vida de siempre. Tenía inquietudes, y una voz le decía que había un mundo fuera de aquella aldea, que había mucho de lo que aprender, así que decidió hacer caso a esa tímida voz que le hablaba.

Pensaba y sentía que su vida no estaba completa haciendo lo mismo cada día. Cada día se levantaba y se acostaba sabiendo lo que le iba a deparar el día, y eso le hizo crecer una sensación de agonía y dolor interior.

Cada día temprano, cuando se levantaba, sabía bien su cometido, ayudar a sus padres en la dura tarea del cultivo. Tenían un terreno, el cual cuidaba todos los días, a todas horas. Desde temprano, dedicaba todo su tiempo en arar y cultivar la tierra de sus padres, casi todo su tiempo. El poco tiempo libre que tenía, lo dedicaba para el intento inútil, al menos hasta el momento, de intentar montar un caballo que su padre tenía en el terreno. Desde que el tenía conocimiento de aquel caballo, había intentado domarlo, domesticarlo, para montar en él, pero siempre que lo había intentado, había sido en vano. Aquel caballo tenía una fuerza increíble, galopaba todo el día, y no se dejaba montar por el joven muchacho. Todos los días, antes de que el sol se ocultara por completo, intentaba montarle.

-¿Cuando estaré preparado para montar en él? –Se preguntaba el joven campesino en cada intento fallido.

Todos los días se levantaba con la esperanza y el deseo de montar en el caballo –ardua tarea –siempre se decía–, pero no imposible.

Tras mucho intentarlo, y ver fracasados todos sus intentos, un día dando de comer al caballo, le preguntó al animal.

-Sé que no me entiendes –creía el joven–, quiero montar contigo, sentirme como tú, aunque sea un momento, ser libre y correr. Quiero ser parte del viento ¿Por qué todo es tan difícil?

Ese mismo día, al atardecer, como ya era costumbre desde hace mucho tiempo, después de sus tareas ya realizadas, se dispuso a montar al animal. Después de varios intentos fallidos y duras caídas, en lo que iba a ser su último intento del día, ocurrió algo inverosímil. Pudo montar al lomo del caballo y este no le tiro.

El joven sorprendido, le pidió que trotara. Sin darse cuenta, había conseguido lo que tanto tiempo estaba esperando. Luego galoparon por dentro de la valla que le encerraba y separaba de la libertad. Con una fuerza increíble, y una sensación que nunca había tenido antes, le dijo al caballo.

-Galopa como el viento, salta esa valla y sigue tu camino–. La valla que no era muy alta, fue saltada fácilmente por el corcel.

-Ya estoy preparado –pensó el joven–. Ambos lo estamos para seguir nuestro camino.

Cuando ya se encontraban alejados del terreno de sus padres, se paro y se bajó del caballo.

-Tú sigue tu camino, eres libre, ya somos libres –Le dijo al corcel. Este le miro durante unos segundos a los ojos, y ambos parecieron entenderse por unos instantes.

El caballo se levantó apoyándose en sus dos patas traseras, y relinchando por última vez, se dio la vuelta y prosiguió su camino. El joven volvió a lo que había sido su hogar hasta el momento, pensando que la valla que hace unos instantes habían saltado, era fácilmente saltable para aquel caballo, y que cómo no se había escapado antes.

-¿Me estaba esperando? ¿Tampoco estaba preparado? ¿Tenía miedo, a lo desconocido? –se planteaba el chico–. Quizá pensaba que aquel obstáculo que le separaba de la libertad, era más grande de lo que realmente era.

Cargado de felicidad, cuando llegó a las tierras de sus padres les busco para hablar con ellos. Cuando les encontró a ambos, con una energía que deslumbraba, les dijo.

-Ya estoy preparado, por fin ha llegado el momento.

-¿Qué momento, hijo? –pregunto el padre sin comprender aquellas palabras.

-El momento de mi marcha padre. Ya estoy preparado, mañana partiré en busca…

-¿En busca de qué? –interrumpió el padre.

-Mañana os lo comunicaré –El chico se fue a dormir, mientras sus padres se quedaron extrañados por lo que su hijo les había dicho.

Al día siguiente reunió a su familia y a algunos de sus amigos en el mismo lugar donde todos los días durante mucho, mucho tiempo, había intentado montar al caballo, y que por fin había conseguido. En un momento, mientras todos se preguntaban el porqué les había reunido allí, en voz alta pronunció unas palabras.

-Hola a todos, gracias por estar aquí. Os he hecho reunir para comunicaros mi decisión de abandonar la aldea.

-Estás loco –afirmaba una voz.

-¿Y a dónde vas a ir? –preguntó otra voz.

-Estoy harto de la vida que llevo, hay un mundo nuevo por descubrir fuera de la aldea –dijo el joven.

-¿Qué vas hacer? –interrumpió un buen amigo suyo.

-Me voy en busca de mi camino –contestó con serenidad.

-¿A dónde vas a ir? Quédate con nosotros –le decían muchos de sus amigos y familiares.

Entre todo aquel tumulto de gente alterada, el joven alzo la voz y les mandó que le atendieran. Cuando consiguió captar la atención de todos los que allí se encontraban, siguió explicando su decisión de abandonar la aldea.  

-Voy en busca de mi camino, no sé donde iré ni a dónde llegaré, pero he de encontrar el sentido a todo esto, a mi vida, a la vida.

-¿Estás seguro? –Preguntó una voz–. Te vas en busca de algo que ni siquiera sabes que es, ni sabes dónde buscar, ni siquiera sabes si lo encontrarás. Quédate aquí que ya conoces todo esto, no seas un loco soñador.

Las palabras de desaliento no desanimaron al joven campesino, y por última vez se dirigió a sus seres queridos.

-Gracias a todos por todo este tiempo, voy en busca del sentido y de mi camino. Suerte a todos –deseó a todos los que allí se encontraban.

Había mucho revuelo por todo lo ocurrido, también había confusión. Se podían oír palabras de desánimo y también algunas que le animaban a ello. El joven no se dejó desanimar y aunque no le comprendieran, sabía que tenía que partir, sin saber a dónde, pero tenía que irse; su momento había llegado, por fin estaba preparado.

Con decisión y sin mirar atrás, se alejó del pueblo, de lo que había sido su vida hasta aquel entonces. Todo lo que conocía estaba allí, y lo dejaba sin más. Según se alejaba se planteaba si todo aquello por lo que se quería ir era un quimera, y se planteaba una y otra vez si seguir o volver a lo que había sido su hogar hasta aquel entonces.

Al cabo de varios días caminando, tantos que ya había perdido la noción del tiempo, en la lejanía observó un árbol que le atraía de forma magnética, y para aquel árbol se dirigió.  

Una vez llegó al lugar, cansado por los días de dura marcha, se echó a dormir. Al despertarse, apenas a tres metros, vio a un lobo que le miraba fijamente. Tenía algo de miedo, y cogió un palo que se encontraba cerca de él para intentar ahuyentar al animal.

-Vete vestía salvaje, aquí no encontrarás nada de comer –gritaba el joven con algo de miedo y voz cansada al lobo.

-No quiero comer –respondió el lobo.

-Pero si hablas ¿Cómo puede ser? –Preguntó el chico sin entender aquello.

-Todo ser vivo habla, aunque tú no seas capaz de escucharlo.

-No entiendo nada ¿Estaré soñando? –Pensó el joven campesino.

-No estás soñando, esta es tu realidad. –dijo el lobo, para el asombro del chico.

-También lees el pensamiento, nunca me lo hubiera imaginado.

-Formo parte de ti, y tú de mí ¿Cómo entonces no iba a poder comunicarme contigo?

-Perdóneme señor lobo, no sabía que los animales pudieran hablar, me ha sorprendido.

-No solo los animales –le respondió el lobo–, todo ser vivo, todo en la naturaleza, la misma tierra, todo se comunica.

-¿Todo? –preguntó el chico, incrédulo.

-Todo –respondió con rotundidad–, absolutamente todo.

-¿Y por qué  no escucho a otros animales y a usted sí, señor lobo?

-No me llames señor lobo, no soy un señor y ahora tengo la apariencia de un lobo porque así lo quiero. No soy un lobo, al igual que tú tampoco eres lo que crees ser.

-No entiendo nada –pensó el chico–. ¿Cómo le puedo llamar entonces?

-Llámame Fe ¿A dónde te diriges joven amigo? ¿Qué buscas?

-Me encuentro perdido, busco el sentido y mi camino.

-¿Crees que lo encontrarás? –Le preguntó el lobo al campesino.

-Creo firmemente en ello.

-Por eso estoy yo aquí –respondió Fe al muchacho–, sígueme.

-¿A dónde vamos? –preguntó el chico.

-Ahora que me has encontrado, te llevaré a tu camino.

-¿A qué camino? –preguntó sin entender nada.

-A tu camino de la vida, en busca del sentido.

-¿Todos andamos ese camino?

-Cada uno anda su propio camino. Todos los caminos son diferentes, cada uno tiene su camino, pero en parte de tu camino, encontrarás a otros que también andan su camino. Mira, aquí es. –señaló a un lugar donde no se veía nada.

-¿Dónde? Yo no veo nada.

-Lo verás cuando lo quieras ver –respondió el lobo al joven.

-Si esto es un juego, no le veo la gracia –dijo enojado el chico.

-Mira bien chico, no solo con los ojos, hay cosas que los ojos no pueden ver. Si miras de verdad, lo encontrarás, lo podrás ver.  

-No te entiendo –el chico estaba confuso por lo sucedido y no entendía nada de lo que Fe le decía.

-Ya lo comprenderás, a su debido momento joven amigo, ya lo comprenderás. 

Al momento, el chico pudo ver un camino. Al acercarse a él, diviso un letrero que decía “Este es tu camino, tu camino de la vida en busca del sentido”.

-¿Este es mi camino? –preguntó el campesino al lobo. 

-Sí, así es, joven amigo, así es. Ya lo has encontrado. Ahora tienes que recorrerlo.

-Gracias por haberme ayudado a encontrarlo.

-Tú lo has encontrado, en cuanto lo has deseado.

-Pero con tu ayuda, amigo.

-Somos lo mismo, tú eres yo, y yo soy tú.

-¿Qué? Sigo sin entenderte, pero he de empezar a caminar.

-Joven –le interrumpió el lobo cuando el chico empezó a caminar.

-¿Si?

-Cuando veas que las cosas no te gustan o creas que no lo vas a conseguir, tenme siempre presente, y yo te daré la fuerza necesaria. Toma esta piedra y cuidado con ella.

-¿Para qué sirve? –Preguntó el joven, sin entender para qué podía servir una pequeña piedra.  

-Será lo que tú quieras que sea, y cuando tengas que usarla lo sabrás.

El joven sin entender nada de las palabras del lobo, se guardó la pequeña piedra y continuó caminando, mientras Fe le decía.

-Formo parte de ti. Cuando dudes sobre que debes hacer o que camino has de seguir, escucha tus sensaciones y ellas te guiarán por el camino adecuado. Encuentra al enano y él te ayudará.

Cuando el joven miró atrás, el lobo había desaparecido.

-¿Y ahora qué? –Se preguntaba confuso el joven.

-Sigue la flecha –dijo una voz que salió de la nada.

-¿Qué flecha? –Preguntó–, ¿Quién eres? Muéstrate–, ordenó el joven.

-Quién eres tú, debes preguntarte –le dijo aquella voz que provenía de un lugar desconocido.

            -Si estás ahí, muéstrate y ayúdame –pidió el joven campesino.

-¿Ayudarte? Eres tú el que tiene y puede ayudarse –replicó aquella voz.

El chico se encontraba perdido, no sabía qué hacer ni dónde ir. Siguió caminando hasta que encontró un cartel en forma de flecha que decía, “la casa del pasado”, y se dirigió para allá.  

Vio una caseta vieja, y aunque era algo sombría y en un principio le dio algo de miedo, algo le invitaba a pasar adentro. Pensó si entrar o seguir caminando, pero entonces se acordó de algo que el lobo le había dicho, aunque no comprendía muy bien.

-Cuando dudes que hacer o que camino has de seguir, escucha a tus sensaciones. Encuentra al enano y él te ayudará.

Esa parte de encontrar al enano no la entendía, pero decidió entrar. Al empujar la puerta, esta hizo un ruido espeluznante, el cual le dio algo de pavor, pero siguió adelante.

-¿Hay alguien? –Preguntó con voz asustada, esperando que no hubiera nadie.

-Nunca estás solo, joven amigo –respondió una voz que estremeció al chico.

Aunque tenía algo de miedo, intento no mostrarlo. Siguió caminando por dentro de la casa, preguntando que quien se encontraba allí. De pronto, se escuchó un portazo. El joven se asustó bastante, el corazón le latía más deprisa de lo que nunca le había latido. Pensó que la puerta se había cerrado por el fuerte viento que soplaba. Al girarse para ver que la puerta estaba cerrada, frente suya vio una cara de una mujer. Quiso gritar, pero del miedo no pudo hacerlo, estaba temblando. Cuando pudo hablar, con voz temblorosa se dirigió a aquella mujer.  

-¿Quién es usted? –preguntó.

-Soy quien sabe, quien fuiste tú ¿Lo quieres ver?

           -Busco el sentido, y ¿Usted quién es? –Volvió a preguntar al no haber comprendido la primera respuesta.

-El sentido lo encontrarás, pero aún mucho has de caminar.

-No la entiendo ¿Quién es usted? –Preguntó de nuevo, esperando una respuesta.

-Puedes llamarme pasado.

-¿Pasado? Nunca había escucha un nombre así.

-A lo largo de tu camino, verás cosas que nunca antes habías visto, y escucharás frases que no entenderás en un principio, pero en su debido momento, te servirán.

-Discúlpeme por haberme metido en su casa, ya me voy –dijo el chico intentando salir de allí lo antes posible.

-Quédate por favor, te voy a enseñar algo.

-¿El qué? –Preguntó intrigado, dejando el miedo a un lado.

-Algo que te traerá recuerdos.

-¿El qué? -Volvió a preguntar el joven campesino, al que no le gustaba que no le contestasen a sus preguntas. Acercándose aún más al chico y mirándole a los ojos, la anciana le dijo.

-Tu pasado.

-¡Mi pasado! –exclamó el joven. En ese momento creyó que aquella señora estaba más bien loca, así que quería salir de aquella casa cuanto antes.

-Sí, tu pasado ¿Quieres verlo?

-Déjelo de verdad, me tengo que ir, tengo que andar el camino.

-Tu pasado ha sido parte de tu camino, y puedes aprender de él.

Al no saber qué hacer, pensó que sería mejor no llevar la contraría a aquella extraña mujer, así que la acompañó a una habitación donde se sentaron en unas sillas. De pronto, empezaron a verse imágenes en la pared blanca que estaba frente a ellos.  

-Si soy yo de pequeño –dijo sin creerse lo que estaba viendo. Comenzó a ver toda su vida, desde su nacimiento hasta aquel mismo momento. Aquellas imágenes de su vida pasaron muy rápido. Pudo sentir todo aquello que sintió en el momento de vivir lo que aquellas imágenes mostraban, y escuchar sus pensamientos de entonces.

Cuando terminó de ver y sentir todo aquello, algo aturdido se levantó de aquella silla y salió de la casa, acompañado por aquella misteriosa mujer. Le dio mucho que pensar, había revivido muchos momentos de su vida, diferentes errores y tropiezos. También aciertos, y todo lo que había podido aprender de ellos, tanto de forma consciente como inconsciente.

-Aprende del pasado –le dijo aquella mujer–, pero no vivas el pasado eternamente, vive el momento presente. Pon tu alma en cada momento y vívelo como si fuera el último.

-Tengo mucho en lo que pensar –dijo el joven aturdido por haber visto toda su vida pasar ante sus ojos.

-Recuerda, el pasado ya es pasado, no dejes que vaya a ti y te haga daño, aprende de él, y vive el momento presente como si fuera el último, pon el alma en cada momento. No dejes que te distraiga del presente.

-Sí, sí –dio la razón a la mujer para acallarla, sin saber lo que decía. El joven, aturdido y pensando en todo lo que había visto, siguió su camino.

-Recuerda joven amigo –le decía la anciana con una voz que cada vez sonaba más lejana–, cada momento es único e irrepetible, aprovéchalos.

Continuó su camino pensando en todo aquello, no se lo podía quitar de la cabeza

-No se puede seguir anclado en el pasado, vive el momento –interrumpió una voz en su pensamiento. Esa voz la reconocía, era de nuevo la de aquella extraña mujer.

-Tiene razón –se dijo a sí mismo–, el pasado es el pasado, y no puedo dejar que me invada y no me deje vivir el presente.

Siguió andando su camino, disfrutando de todo la belleza que le rodeaba, disfrutando del tiempo tan bueno que hacía, de las flores y de toda aquella increíble belleza que había en su camino. En otras ocasiones había contemplado un bello sol y lindas flores, pero nunca había disfrutado de todo aquello tanto como en ese momento.

-Siempre han estado ahí, y no sabía verlo. ¡Qué belleza! –exclamó el joven campesino.  

-A partir de ahora disfrutaré de todo lo que me rodea –se decía. Al rato de caminar, se sentó para descansar en una roca, y comenzó a pensar.

El pasado ya no le importaba, pero se preguntaba por su futuro; qué sería de él, a dónde iría, y si encontraría el sentido que andaba buscando. De repente, el sol se ocultó y empezó a llover estrepitosamente.

En un instante, todo aquello estaba inundado. El camino que estaba siguiendo había desaparecido ante sus ojos, enseguida el agua le llegó por las rodillas y se vio arrastrado por tan fuerte corriente. Luchaba con todas sus fuerzas contra la adversidad, pero cuanto más luchaba más cansado estaba.

Luchaba contra la corriente, he intentaba agarrarse a alguna rama, y llegar a un lugar donde no hubiera peligro, pero no podía. No paraba de llover, mientras más luchaba más se cansaba, y la corriente con más facilidad le arrastraba.

-No luches contra la corriente –le dijo una voz.

-Entonces me ahogaré –pensó el joven.

-No luches contra la corriente, aprovéchala.

-Que aproveche la corriente –repitió lo que había dicho aquella voz, a lo que no le encontraba sentido alguno.

Cansado de luchar contra la corriente y extrañado por todo lo que le había ocurrido, así lo hizo. Guardó la fuerza y no luchó contra tan fuerte corriente, se aprovechó de ella, aprovechó aquella fuerza. Tenía miedo de ahogarse pero al aprovechar la fuerza de la corriente como aquella voz le había dicho, dejó de llover, y fue arrastrado a una explanada.

-Que horror –exclamó el chico.

-¿Horror, por qué? –Preguntó aquella voz que momentos antes le había dicho que se dejase llevar.

-Casi me ahogo.

-Pero no ha sido así.

-¿Quién eres? –preguntó extasiado por el cansancio.

-¿Quién crees que soy?

-No lo sé, la verdad que no sé nada, no entiendo nada de lo que está pasando.

-Entonces ya sabes algo, joven amigo –El chico estaba tumbado, aturdido y cansado por aquella corriente que casi hace que se ahogase. Una vez tomó aire, preguntó a la misteriosa voz.

-¿Puedes ayudarme? No sé qué será de mí y estoy asustado por lo que ha de llegar, no sé qué hacer –al secarse la cara con las manos y reincorporarse, a lo lejos pudo ver a su amigo el zorro.  

-Fe –gritó el joven campesino–, no te vayas–, y al momento estaba a su lado.

-Estoy dentro de ti, formo parte de ti, estoy contigo, recuérdame y no me olvides –y se esfumó en la nada.  

-No te vayas –gritó el joven sin obtener respuesta–, ¿Qué será de mí? Se preguntaba el joven.

-No deberías preocuparte por lo que te ha de venir, eso no te dejará disfrutar cada momento como te dijo el pasado –le dijo otra voz que no había escuchado antes.  

-¿Cómo sabes lo del pasado? ¿Quién eres? ¿Me puedes ayudar?

-Ven, acércate –le invitaba aquella voz.

-¿Pero dónde estás? –preguntaba el joven que no veía a nadie.

-Te ayudaré cuando quieras encontrarme.

-¿Pero cómo? –Entonces recordó lo que el lobo le había dicho, escucha tus sensaciones y ellas te guiarán. Al rato de estar caminando sin rumbo aparente, vio a una persona. Acercándose a ella pudo ver que era un anciano, ayudado por un bastón en su caminar.

-Ya me has encontrado, joven amigo.

-¿Era usted el de hace un momento? ¿Quién es usted?

-Soy tú. Como todo lo que ves, formo parte de ti.

-Eso ya me lo habían dicho antes, pero no lo entiendo.

-Lo sé, ven conmigo y te enseñaré algo que te puede interesar.

-¿Cómo se llama? –Le preguntó el joven al anciano.  

-Futuro, puedes llamarme futuro. Ven conmigo joven amigo.

El chico siguió al anciano sin entender nada de lo que estaba pasando.

-¿Qué hago siguiendo a este anciano? –Pensó el joven–, si ni siquiera puede caminar sin ayuda de un bastón ¿Qué me va a poder enseñar este anciano?

-No todo es lo que parece, joven amigo –dijo el anciano–. Tener ideas preconcebidas de lo que son las cosas, y como son, puede no dejarte ver lo que realmente son.

El joven se rascó la sien e intentó llegar a alguna conclusión sobre lo que el anciano le había dicho, pero no llegó a ninguna.

-Todo tiene su momento, joven amigo, no te preocupes –le dijo el anciano. Llegaron a una explanada donde había tres telas puestas en el suelo.

-¿Qué son esas telas? –preguntó el joven, sin entender nada.

-Pueden mostrar algunas de tus posibles vidas, joven amigo.

-¿Mis posibles vidas?

-Sí, posibles. El futuro no se sabe con certeza, depende de tus elecciones y de lo que hayas aprendido, y de los caminos que elijas, con lo cual son posibles, no se saben si llegarán a producirse.

-Quiero verlas anciano –dijo el joven entusiasmado con la idea de saber sobre su futuro.  

-Si quieres, que así sea. Ven conmigo –se colocaron enfrente de la primera tela y comenzaron a observar. De repente pudieron ver como se iban formando las primeras imágenes. Se podía ver a una persona mayor.

-Ese soy yo –Pensó el joven–. Llegaré  a mayor entonces, viviré muchos años.

-No todo lo que se ve se cumple, depende de cómo hayas andado tu camino y de lo que hayas aprendido.

En silencio siguió contemplando su posible vida futura. Se encontraba solo. Era mayor y al igual que aquel raro anciano que se encontraba junto a él, andaba con la ayuda de un bastón. Parecía cansado por el paso de los años, pero la idea de llegar a mayor le hacía sentir bien.

-Me gusta ese futuro.

-Tan solo has visto parte de él. Sigue mirando –Luego vio la hora de su muerte, eso entristeció al joven campesino. En el entierro no había nadie, nadie lloró su pérdida, y eso entristeció al muchacho.

-Estoy solo, nadie me quiere. Estoy solo.

-Es un posible futuro, pero no el que tiene que ser. No debes preocuparte por ello. Pasemos al segundo.

Se colocaron frente a la segunda tela. Las imágenes empezaron a hacerse nítidas y comenzaron a verse las primeras imágenes. Se podía ver un señor con una familia, había dos niños corriendo por una hermosa casa y una señora a quien le lanzaba miradas de amor.

-Ese soy yo, me gusta ese futuro. En la primera estoy solo, pero en esta tengo familia.

-Veamos la tercera joven amigo –propuso el anciano.

-Quiero seguir observando esta, me gusta. Tengo familia, hijos y una esposa.

-Recuerda joven amigo, que es una posible vida, depende de los caminos que elijas. Pasemos a la tercera.

Se colocaron frente a la tercera tela. La tela que era blanca comenzó a verse negra.

-¿Por qué no se ve nada en esta tela? –Preguntó inquieto el joven.

-No se ve nada porque no tienes futuro, no hay nada que ver.

-¿Cómo? Me moriré pronto.

-Te morirás cuando te llegue el momento. Pero lo que tú concibes por muerte, es tan solo otro camino, joven amigo.

-No entiendo nada –exclamó el joven–, ¿Este es mi futuro? Quizás es que no tengo futuro.

-El futuro es incierto, joven amigo. No lo puedes saber, así que no debes preocuparte por ello. Si vives por el futuro no disfrutarás el momento presente, eso te impide vivir, disfrutar y aprender.

-Pero…

-Cada momento –prosiguió el anciano–, es único e irrepetible, así que aprovéchalo. Tan solo existe el momento en el que vives.

-Es inevitable preocuparse por lo que ha de venir –dijo el chico al anciano.

-Pensar en el pasado te es inútil porque ya ha pasado, aprende de él. El pasado no puede llegar a ti, no te puede hacer daño porque nunca llegará a donde tú estás, eres inalcanzable para él. Pero si te vuelves a él, te haces vulnerable y caes en sus manos, te distraerá de tu camino. No vayas a él y él no te hará nada, no pienses en él y no te distraerá. Vive el presente, deja el  pasado.

-Eso ya me lo dijo aquella mujer, y he comprendido que tenía razón, el pasado es pasado y de ahora en adelante solo miraré al futuro.

-No –añadió el anciano tajantemente–, el futuro es incierto, puede ser cualquiera de las tres telas que has visto o incluso otras que no están a tu alcance. Pueden verse modificadas por un montón de circunstancias, joven amigo, así que pensando en él te impides–, el anciano se iba desvaneciendo delante del joven campesino.

-¿Me impido el qué? –Preguntaba con énfasis, antes de que el anciano desapareciera.

-Te estás impidiendo disfrutar del momento presente, de cada momento. Tan solo existe el momento que vives –concluyó el anciano terminando de desaparecer.

El chico que estaba aturdido por tanta información, después de aquello tan solo se preguntaba qué podía hacer.

-No pensar ni en el pasado ni en el futuro, disfrutar de cada momento –se decía a sí mismo.  

-Vive el momento –le dijo una voz lejana.

-Así lo haré –gritó el joven contestando a aquella voz, que había reconocido como la voz del anciano.

El joven prosiguió su camino, pero no tardó mucho en oscurecer. Llegó la noche, una intensa oscuridad cubrió el cielo, así que decidió descansar. Vio un árbol, y junto a él se tumbo para dormir.

Cuando despertó se vio en un lugar increíblemente bello, maravilloso para sus ojos. A unos pocos metros había un letrero que decía  “lugar de la creencia”. Echó un vistazo a su alrededor y se quedó fascinado por la belleza del lugar.

-Que lugar tan increíble, tan espectacular, ¡qué bello! –pensó. Se podía contemplar bonitos paisajes, todo estaba en armonía, se respiraba paz y tranquilidad.

-Me da fuerzas para creer que todo es posible –Se dijo el chico.

Siguió caminando y contemplando la belleza que le rodeaba y que le abrumaba. Le rodeaba bellos y frondosos árboles que hacían el deleite de la vista. Las flores y arbustos expedían un aroma delicioso para el disfrute del olfato y el sonido de los pájaros al volar, acompañados con el sonido ensordecedor y envolvente de una catarata que se podía observar en la lejanía, invitaba al relax y llevaba con él a una magnifica e indescriptible paz interior.  

-Esto es increíble, nunca había visto un lugar tan bello.

-No lo verás por mucho tiempo más –añadió una voz.

-¿Quién dice eso? –Preguntó. A lo lejos diviso un dragón alado que se acercaba rápidamente a donde él se encontraba. Al estar muy cerca de él, el dragón alado bajó donde el campesino se encontraba.

-Nunca más será bello este lugar –le dijo el dragón alado al joven, quien estaba asustado por el tamaño inmenso del animal.   

-¿Quién eres tú? –le preguntó con algo de miedo el joven a aquel dragón.

-Soy el dragón del miedo y de las dudas.

-Déjame seguir mi camino –ordenó el joven con voz temblorosa. El dragón hizo caso omiso a la advertencia del joven y siguió en el mismo lugar sin moverse.

-¿Ves este lugar? –preguntó el dragón.

-Claro que lo veo, es muy bello.

-Pues míralo ahora –dijo el gran animal.

Empezó a echar fuego por la nariz y por la boca, de repente ese lugar tan increíble y bello, como jamás había visto el joven campesino, empezó a desaparecer. Se empezó a modificar y en un instante aquel lugar empezó a transformarse, desapareciendo toda su belleza.

Aquel magnifico sitio se había convertido en un terrible paisaje arrasado por el fuego que el dragón había provocado. Aquello frondosos y bellos árboles se habían consumido entre las llamas; el lindo aroma que las flores y arbustos expedían anteriormente, había desaparecido, y tan solo se olía a quemado; y aquel increíble sonido de los pájaros al cantar y aquel sonido envolvente de aquella catarata en la lejanía, se veía interrumpido por las palabras del dragón y el ruido de los árboles al caer. Lo que el joven no sabía que todo era una ilusión, hecha por el dragón del miedo y de las dudas.  

-Tienes miedo. Dudas si debes seguir, vuelve por donde has venido –le dijo el dragón al joven.  

-No, este es mi camino.

-Osas enfrentarte a mí –dijo el dragón mientras lanzaba fuego e iba quemando toda aquella belleza que rodeaba al joven.

-Tú alimentas al dragón –decía una voz en su cabeza.

-¿Quién, yo? –Preguntó el joven, incrédulo.

-Sí, tú. Pero puedes vencerle.

-¿Cómo? –preguntó el chico buscando una respuesta a tan complicado problema.

-Creyendo que puedes, podrás, joven amigo. Estás en el lugar de la creencia, si piensas que estás rodeado de belleza, lo estarás. Todo puede ser como tú quieras, todo es como tú quieras que sea, joven amigo. Si quieres que todo sea bello, así será.

-¿Qué te pasa enclenque? –Le increpaba el animal mientras lanzaba fuego alrededor del joven para crearle más miedo y dudas, como tan bien sabe hacer el dragón–. Tienes miedo a que lo que creías tan bello, sea horrible e inalcanzable para ti.

-Estoy en el lugar de la creencia, creer es poder, he encontrado fe en ello –se repetía una y otra vez.

-No dices nada, ya no te gusta este lugar, vuelve por donde has venido –malmetía el dragón contra el joven asustado.

-El dragón te impide ver la realidad, joven amigo –le dijo aquella voz. De repente, el joven empezó a observar como todo volvía a ser bello.

-Este lugar es maravilloso, lo creo con fuerza, así lo siento maldito dragón, así que quítate de mi camino, no me engañarás con tus trucos –gritó el joven al dragón.

El dragón empezó a encoger, pero mientras encogía seguía intentando creas miedo y dudas al joven.

-Nunca hallarás lo que buscas, no existe ese lugar ¿Tienes miedo a que así sea? 

Por unos momentos el dragón empezó a crecer de nuevo mientras se reía y escupía fuego.

-No, dragón. Sé que existe, lo creo y eso me mantendrá con vida, tengo fe en ello, así que desaparece, que tengo que continuar mi camino en busca del sentido.

El dragón volvió a encoger casi hasta su extinción, pero antes de desaparecer por completo, gritó.

-Todo es una ilusión, nunca encontrarás nada.

-Adiós dragón –Dijo con voz firme, y el dragón terminó por desaparecer.

Después de vencer al dragón, siguió caminado. Observó una indicación que decía “camino de la sabiduría”, y se dirigió para allá. Según iba caminando, de repente salió un dragón, de majestuoso porte. Tenía aspecto cansado, estaba tranquilo y sosegado.

-Otro dragón no –pensó el chico–, aparta dragón, o te mataré al igual que a tu compañero. 

-¿Por qué me ves como una amenaza? –preguntó el dragón al joven.

-Acabo de luchar contra un dragón, no me gustan los dragones.

-No todo es lo que parece, joven amigo. Observa las cosas, y ve lo que los ojos no pueden mostrar.

-¿Acaso no eres un dragón y escupes fuego por la boca y por la nariz?

-Sí, pero tú eres un hombre y andas con dos piernas ¿Y eres igual que los demás hombres?

-No, supongo que no –respondió el joven campesino.

-Cada uno tiene que aceptar su naturaleza, todos los seres del universo cumplen su función, no te creas mejor que nadie, y respeta a todos ellos.

-Tienes razón dragón, perdóname por creer que eras igual que el otro dragón, me dejé llevar por las apariencias.

-Te fiaste de lo que tus ojos te mostraron, pero hay cosas que el ojo humano no puede captar, pero no te preocupes, pronto aprenderás a ver con otra clase de ojos. Observa las cosas y ve lo que los ojos no pueden mostrar.

-No te entiendo ¿A qué te refieres? -Preguntó confuso el joven.

-Hay cosas que los ojos no captan, pero se pueden ver con el corazón.

-¿Y cómo se aprende a ver con el corazón? –preguntó el joven, intentando averiguar la respuesta.

-Cuando aprendas a escucharle, él te ayudará a ver –respondió aquel dragón.

-Sigo sin entenderlo –dijo el joven, queriendo comprender lo que el dragón le decía.

-Todo tiene su momento, no te impacientes joven amigo. No quieras saber todo desde un principio.

-¿Y quién eres tú, dragón?

-Soy el dragón de la sabiduría –respondió.

El joven pensó que si estaba andando el camino de la sabiduría y había encontrado al dragón sabio, qué tendría que hacer ahora. Mientras el dragón de la sabiduría desaparecía entre una niebla cada vez más espesa, le dijo al joven campesino…

-En el camino de la vida, tu guía será tus sensaciones.

-En el camino de la vida, tu guía será tus sensaciones, lo tendré presente –dijo sin saber muy bien a lo que se refería el sabio dragón, y prosiguió su camino.

Cuando ya llevaba un rato caminando, vio que la noche caía sobre él, así que decidió descansar en el camino. A la mañana siguiente, al despertarse, se puso a caminar.

Al rato observó que tenía que escoger entre dos caminos que estaban enfrente de él. No sabía que camino tenía que escoger. El primero parecía más cómodo de caminar, era recto y no se veía ningún impedimento para andar por él. Había un cartel que identificaba aquel camino como el camino de la mentira.

El segundo parecía algo más difícil de transitar, pero tenía algo que captaba su atención. Era estrecho, sombrío y empinado. Se podía ver como gran parte de él estaba embarrado y lo convertía en un camino de difícil caminar. Junto a él había un cartel que le identificaba como el camino de la verdad. Al Tener tantos obstáculos para poder caminar por él, cansado de tanto caminar, decidió ir por el primero, dejando a un lado, sin hacerla caso, a la sensación que tenía de caminar por el segundo camino, el cual en un principio parecía más duro de recorrer.

Cuando empezó a caminar, dirigiéndose por el camino de la mentira, algo le interrumpió en la mente, haciéndole recordar lo que el dragón de la sabiduría le había dicho –en el camino de la vida, tu guía serán tus sensaciones.

Él dudada, su cabeza le decía que fuera por el camino de la mentira, que es más fácil de caminar, pero sus sensaciones le indicaban que anduviera por el segundo camino, el camino de la verdad. Dudando, empezó a dolerle la cabeza. Después de un largo tiempo pensando una solución, llegó la noche y volvió al punto de partida de ambos caminos. Por la duda, no había avanzado nada, así que allí durmió.

Al despertarse seguía dudando y preguntándose qué camino tenía que escoger. Junto a él apareció un pequeño hombrecillo que dirigiéndose a él le dijo.

-Qué te pasa chiquillo ¿No sabes que camino has de escoger? Entre el camino de la mentira y el de la verdad, en diferente desenlace vas a acabar.

-¿Quién eres tú, pequeño hombrecillo? –preguntó el muchacho, cansado e indeciso.

-Soy esa pequeña voz, que vive en tu interior, a quien no sueles escuchar, y por eso, no paro de menguar.

-Este debe ser el enano al que se refería mi amigo el lobo –pensó el chico–. Ahora te escucho pequeño amigo. Me encuentro solo y perdido y a nada le encuentro sentido.

-Todo tiene su sentido, pero has de hallarlo amigo mío. No es fácil caminar el camino de la vida, y ahora tienes que elegir, si verdad o mentira.

-No sé qué camino he de elegir ¿Cuál debo caminar? –preguntó esperando que su nuevo amigo le dijera el camino correcto.

-El camino de la mentira, te lleva al valle de la hipocresía. El camino de la verdad, al valle de la virtud y sinceridad.

-No me aclaras mis dudas en nada, sigo dudando qué camino he de escoger.

-Acuérdate lo que dijo el dragón sabio, escucha a tu corazón, está en tu mano.

El joven, confuso, siguió meditando haber que camino debía seguir. El enano volvió a decir.

-Para llegar al valle de la hipocresía, vivirás un camino de mentiras. Y en el valle de la virtud y sinceridad, vivirás una increíble paz –dijo el enano, y desapareció.

El chico le llamaba sin cesar, pues aún tenía muchas dudas.

-Acuérdate lo que dijo el dragón sabio, escucha a tu corazón, está en tu mano –le dijo el enano.

Entonces recordó que el dragón sabio le había dicho que en el camino de la vida, su guía era sus sensaciones. Y aquel enano, sus sensaciones, le decían que tenía que caminar por el camino de la verdad. Así que se levantó y se dirigió para dicho camino.

Cada poco rato de estar caminando el dificultoso camino de la verdad, había pequeños letreros que indicaban como desviarse por el camino de la mentira, un camino mucho más fácil de caminar.

-Qué difícil es andar este camino, el otro tal vez sea más fácil –se planteaba una y otra vez, debido al cansancio.

-El camino de la mentira puede ser más fácil de andar. Pero el camino de la verdad, al valle de la virtud y sinceridad, te ha de llevar –interrumpió la voz del enano en su pensamiento.

-¿Qué hay en ese valle tan importante? –preguntó esperando una respuesta convincente para seguir por aquel cansino camino.

-El camino de la mentira te lleva al valle de la hipocresía –contestó aquella voz.

           -A lo mejor me gusta ese valle –pensó el joven campesino–, y el camino es más fácil, voy para allá.

          -Ambos caminos no son iguales, y aunque el camino de la verdad, es una etapa mucho más dura, para nada es igual, la desembocadura.

Ante tan difícil dilema, el chico recordó unas antiguas palabras que le habían dicho anteriormente.

-En ti mismo hallarás todas las respuestas, si aprendes a escuchar.

Así que decidió escuchar a esa pequeña voz que provenía de su interior, a quien la había identificado como el amigo enano. Siguió caminando el camino de la verdad, siempre con la posibilidad de abandonarlo por el de la mentira, pero no se detuvo.

Después de atravesar duros caminos, altas montañas y diferentes adversidades, observó un cartel que decía “el valle de la virtud y sinceridad”.  

-Es un bello lugar, pronto lo verás –añadió una voz que ya conocía y había aprendido a escuchar. Esa voz provenía de sí mismo, y era su guía en el camino de la vida, al fin lo había comprendido–. Hasta pronto joven amigo, siempre estaré contigo.

-No volveré a dudar nunca más amigo mío, te escucharé y me dejaré guiar por ti –dijo el campesino.

-Has aprendido una buena lección, me alegro de corazón –le dijo aquella voz.

Al rato llegó al valle de la sinceridad y de la virtud. Estaba algo cansado de caminar tan duro camino, pero siempre acompañado por una paz interior, la cual le hacía sentirse bien.

Observó que era un bellísimo lugar, al igual que el lugar de la creencia. A pocos metros había una explanada, y se dirigió a ella.  

-A merecido la pena andar tan duro camino, que paz se respira aquí –se dijo el joven campesino.

A los pocos metros de aquella explanada, se podía contemplar una inmensa cascada, se acercó para observarla, pero la altura era demasiada, así que se alejó del borde.

Había un cartel junto a la cascada, y en él se podía leer “La cascada del valiente”. Al lado de aquella inscripción, aparecían las siguientes palabras: “Deja a un lado los miedos, ten fe y valor, tírate al fondo, no te pasará nada”. El joven pensó que aquel cartel estaba puesto por algún suicida.

-Deja a un lado tu mente –dijo una voz. El chico no tenía ninguna intención de tirarse, lo consideraba un suicidio.

-No me tiraré jamás, si apenas puedo ver la profundidad.

Se sentó a contemplar tan bello lugar y se decía a sí mismo que aquel valle era increíble y que aunque el camino que había recorrido había sido muy duro, le mereció la pena andarlo.

Sentía una gran satisfacción por haber sido capaz de caminar el camino de la verdad y esquivar sus peligros. También por no haberse rendido al camino de la mentira que siempre estaba ahí tentándole. Se quedo algún tiempo allí quieto, sin proseguir su camino. Estaba a gusto en aquel bello lugar. De repente, observó como un niño se acercaba a él.

-¿Estás perdido? –preguntó el joven al niño, queriéndole ayudar.

-El que está perdido eres tú, has olvidado lo que buscabas –le respondió aquel niño.

-Aquí estoy bien, no necesito nada más.

-Pero entonces no hallarás el sentido, ni andarás tu camino.

-Qué debo hacer entonces, además ¿Qué puede saber un niño como tú? –preguntó el campesino con arrogancia.

-Yo soy tú, y tengo algo que te puede ayudar.

-Qué me puedes ofrecer que me sea de ayuda –dijo el campesino, creyendo que un niño que apenas le llegaba por la cintura no tendría nada útil que ofrecerle, sin acordarse de lo vivido junto al anciano.

-Para seguir tu camino, debes saltar por la cascada del valiente.

-Entonces me quedo aquí –respondió con rotundidad el joven.  

-Toma esto entonces.

-Son unas semillas ¿Y para qué las quiero?

-Siémbralas y te darán el fruto que necesitas –le respondió aquel niño que había aparecido de la nada.

-¿Cuál? –preguntó el joven campesino al niño.

-El del valor.

De repente, sin que se lo esperase, vio como el niño saltaba por aquella catarata sin poder remediarlo. Sin hacer mucho caso a ese niño que para él estaba loco, tiró las semillas en aquella explanada. De repente, salieron varios árboles, con un fruto que jamás había visto. Debajo de aquellos árboles habían aparecido unas inscripciones, “este es el fruto del valor”. De repente vio de nuevo en aquella explanada a aquel misterioso niño.

-Pero, pero –tartamudeo del asombro–, si habías saltado.

-No todo es lo que parece, a estas alturas ya deberías saberlo. Un bello ejemplar estos árboles ¿verdad? –dijo aquel niño con una sonrisa en la cara, al ver la cara de asombro del campesino.

-Sí –afirmó el joven campesino sin entender lo ocurrido.

-Toma un fruto de estos y verás –le invitó el niño.

            Sin entender aquello, hizo caso al niño y tomó uno de aquellos frutos. Al instante de haber dado su primer mordisco, exclamó –me siento capaz de todo.

-No hay nada imposible, tan solo lo que no se ha intentado. ¿Ahora saltarás por la cascada de la valentía?

-Ahora sí, me siento capaz de hacerlo. Qué pena no tener más semillas de estas.

-Siempre las has tenido, pero no habías recogido sus frutos –No comprendía muy bien aquello, como no comprendía casi nada de lo que estaba viviendo. Pensaba que como un niño le había podido enseñar lo que era el valor.

-Recuerda, cuando no te atrevas hacer algo, recuerda que formo parte de ti –Le dijo aquel niño.

-Gracias por todo –dijo el campesino al niño.

Entonces dio unos pasos atrás para coger carrerilla y lanzarse por aquella catarata. Empezó a entrarle miedo y dudas. En la lejanía diviso como se acercaba un dragón alado, al que pudo identificar como el dragón del miedo y de las dudas.

-Si ya vencí aquel dragón –exclamó el joven.

-Ten valor, deja al dragón a un lado y escúchame a mí ahora. Puedes hacerlo, si saltas el dragón se irá.

-Ojalá fuera como tú de valiente.  

-Ya te he dicho que formo parte de ti –le recordó el niño.

Con un valor que jamás antes había sentido, que provenía de sí mismo, de su interior, de una parte que jamás había conocido, se acercó corriendo a la cascada y saltó.

Después de caer y sumergirse varios metros por tan dura caída, salió a la superficie. Una vez había llegado a tierra firme, vio un cartel en el que se podía leer “camino en busca del sentido”, y prosiguió su camino siguiendo aquella indicación.

Sin apenas haber dado tres pasos, escuchó un dulce canto que capto su atención. Se dio la vuelta mirando al agua, de donde provenía aquel hermoso cántico. Allí, encima de una roca, cantando y alisándose el pelo, estaba una hermosa sirena. De forma magnética se acercó a ella.

-¿Cuál es tu nombre, bella sirena? –preguntó con dulzura el joven.

-Me puedes llamar tentación.

-Joven y dulce tentación, este lugar es muy bello, pero su belleza es ínfima al lado de tu gran belleza. ¿Podrías seguir cantando? Hermosa tentación.

Ella siguió cantando, hipnotizando por completo al joven, haciéndole olvidar su búsqueda, y su camino.

-Quédate junto a mí –le dijo la sirena al joven–. Si te quedas conmigo, tendrás lo que quieras tener. Un hermoso lugar donde vivir, y siempre mi compañía te ofreceré.

-Escuchar tu cantar y contemplar toda la belleza que me rodea, es gratificante y enriquecedor bella tentación, pero he de continuar mi camino, en busca del sentido.

-Quédate conmigo –insistió la sirena–, y tendrás todo lo que quieras.

La bella sirena le mostró toda clase de ilusiones, intentándole tentar como muy bien ella sabe hacer. Le mostró montañas de oro, le cantaba preciosas melodías con tan dulce voz. Ella sabía ver dentro de él, lo que su mente ansiaba, y era débil. Aunque su corazón y su yo interior intentaba no oír a la sirena, su mente era fácil de convencer y de engañar.

-Aquí tendrás oro –la sirena le tentaba–. También mis dulces canciones y mi compañía por siempre. ¿No te gusta lo que ves?

-Sí, todo lo que aquí me rodea es más bello de lo que nunca pensé llegar a ver. Por un rato que me quede no pasa nada –pensó el joven.

La sirena sonreía y seguía cantando, hipnotizando por completo al joven campesino, distrayéndole de su camino. De repente, el joven interrumpió el bello canto de la sirena y la dijo.

-Mi guía son mis sensaciones, y ahora tengo que partir. Lo siento bella y dulce tentación.

La sirena se metió en el agua y gritó al joven campesino que se volverían a ver.

-¿De verdad? –Preguntó el joven a la bella sirena.

-Más veces de lo que te imaginas, aunque tal vez no me reconozcas –respondió, y se sumergió en el lago.

-Adiós –gritó el joven, y continuó su camino. Tuvo que parar debido al cansancio en varias ocasiones.

-Me encuentro perdido en el camino de la vida, en busca del sentido –Se repetía una y otra vez. No sabía dónde dirigirse y se preguntaba que si lo que estaba buscando existía o era una quimera, y en el caso que existiera, si lo hallaría.

-Pregúntate a ti, joven amigo –le dijo una voz–, tú sabes todas las respuestas a tus preguntas.

-¿Quién ha dicho eso? –Preguntó el joven–, ¿Quién es? Insistió, sin obtener respuesta.

-No tengo miedo, soy valiente –pensaba para darse fuerzas.

-No me cabe duda de eso, joven amigo –De repente, ante él se mostró una silueta que ya era conocida por el joven campesino–, eres tú, dragón sabio.

-Sí joven amigo.

-El camino es difícil, dragón sabio.

-Nadie dijo que fuera fácil, pero estas aprendiendo. Has encontrado fe, valor, y has vencido al miedo, y a  la tentación.

-¿A la bella sirena te refieres? Es encantadora, bellísima como jamás había visto –dijo el joven al dragón, sin saber lo que la sirena quería realmente.

-Ella tan solo quería desviarte de tu camino, pero has aprendido ha seguir tus sensaciones, y has encontrado a tu niño interior, el que te ha dado valor. Y como él te había dicho, no todo es lo que parece. A lo largo del camino escucharás muchas cosas que no te llamarán la atención, pero hay pequeños mensajes en esas palabras, tienes que aprender a ver y a escuchar. No solo con los ojos y los oídos, sino con algo más. Hay cosas que los ojos no te pueden mostrar, y cosas que con los oídos no puedes escuchar.

-¿A qué te refieres dragón sabio? –preguntó sin entender nada de lo que le había dicho.

-Poco a poco joven amigo, lo entenderás.

-Ayúdame dragón sabio, yo no soy tan sabio como tú.

-Formo parte de ti, joven amigo –respondió la sabia criatura.

-Ya me han dicho eso en varias ocasiones, pero no lo entiendo.

-Vivo en ti, formo parte de ti, yo soy tú y tú eres yo, pero no lo sabes ver.

-¿Qué he de hacer para poder verlo? –preguntó con afán de averiguarlo.

-En ti están todas las respuestas joven amigo.

            -Si es así ¿Por qué no las encuentro? –Preguntó el joven campesino, enfadado de tantos acertijos.

-Cuando estés preparado, joven amigo, cuando estés preparado. Hasta pronto –le dijo el dragón, desapareciendo como por arte de magia. 

-No me dejes solo, dragón sabio.

-No estás solo joven amigo, hay cosas que los ojos no pueden ver, aprende a mirar con otros ojos y entonces verás cosas increíbles.

Sin comprender nada de lo que el dragón sabio le había dicho, prosiguió su camino. Anduvo y anduvo, hasta que por fin divisó en la lejanía un cartel que brillaba intensamente. Se dirigió para allá,  hipnotizado por aquella luz brillante que le atraía con un magnetismo inigualable. Cuando llegó, pudo leer la inscripción que en él estaba escrita, “sigue este camino y encontrarás el sentido”.

-Así lo haré –se dijo a sí mismo.

Con ímpetu y decisión, siguió su camino. Después de seguir caminando mucho tiempo, tanto que había perdido la noción del tiempo, su camino se bifurcaba.

-¿Y ahora qué camino he de escoger? –se preguntó el joven.

-De cada camino podrás aprender algo, en unos será más difícil el caminar y en otros será más fácil, pero de todos ellos aprenderás -le dijo una voz dentro de su cabeza.

Luego la voz, que ya había aprendido a escuchar, la voz del enano, le guió por el camino que debía seguir.

-Te haré caso, aunque tal vez me equivoque –pensó.

-La equivocación es parte del aprendizaje –le dijo aquella voz.

El chico prosiguió el camino que aquella voz en su interior le había indicado. Después de mucho caminar, cansado, se tumbó en una explanada y se echó a dormir. Se quedó pensando en cuando volvería a  ver a su amigo el lobo. Al despertarse, allí estaba Fe.

-Amigo, qué bien que estás aquí –exclamó con júbilo.

-Siempre estaré contigo, joven amigo –y se fue corriendo.

El chico le siguió mientras pudo, gritando para que se detuviera. Al momento, le perdió de vista. Enfrente, a unos pocos metros, había una placa con un mensaje. El chico se acercó para ver lo que en aquella placa estaba inscrito, y esta decía “si buscas el sentido, sigue tu camino”.

Al creer que estaba cerca “el sentido”, eso le dio fuerzas. El joven, con ilusión, se dirigió para aquel lugar. Cruzó un puente, y justamente a la mitad de este, escuchó un tremendo ruido que interrumpió aquel silencio que allí habitaba.

-Soy tu peor enemigo –dijo una serpiente gigante, apareciendo de la nada delante de él, impidiéndole así el paso.

-¿Qué quieres de mí? –Preguntó el joven, algo asustado.

-Que no consigas lo que te propones –dijo el enorme animal.

El joven estaba muy asustado, era un reptil gigante, nunca había visto algo tan grande y espeluznante como aquella criatura que se encontraba tan cerca de él.

            -¿Quién eres tú? –preguntó asustado.

-Soy la serpiente de la negatividad. Venciste al dragón del miedo y de las dudas, pero a mí no me podrás vencer nunca –contestó la serpiente.

El joven no sabía qué hacer, aquella serpiente tenía un efecto en él que no sabía cómo combatir. Pensó en darse la vuelta y volver a su pequeña aldea, donde ya conocía todo aquello y donde no tenía que enfrentarse a tan grandes y espeluznantes monstruos.

-Eso es lo mejor, que vuelvas –le dijo el enorme reptil.

-Aquí todos leen el pensamiento –pensó el joven. Entonces recordó lo que a lo largo del camino ya le habían dicho.

-Todos formamos parte de ti –y entonces supo que si aquella serpiente formaba parte de él, él tendría la solución para vencerla.

-Soy más fuerte que tú, nunca dejaré que pases y consigas tus objetivos –dijo el animal gigantesco.

Entonces una voz preguntó al joven.

-¿Quieres el fruto de la valentía?

-Eres tú, aquel niño –respondió el joven–, cuanto te necesito para que me ayudes a vencer a tan grande y horrorosa criatura.

-Yo soy tú, no lo olvides. Aunque no me veas estoy en ti, dándote valor.

-No sé si podré amigo –dudaba el campesino.

-Mira a tu alrededor ¿Los ves? –le preguntó aquel niño.

A su lado estaban todos sus amigos, a los que había conocido en tan extraño viaje. Estaba el lobo, el enano, el dragón sabio, y aquel niño.

-Nos tienes siempre a tu lado, ayudándote. Ya venciste a otros enemigos, como al dragón del miedo y de la duda, y a la bella tentación. Has caminado por el camino de la verdad, dejando a un lado el de la mentira. Eres fuerte, puedes con todo –le animaba el niño.

-Tienes razón –Gritó con seguridad.

Cuando se disponía a cruzar aquel puente, aquella serpiente le frenó.

-No puedes pasar de aquí, no puedes vencerme –gritó el reptil.

-Sí puedo –dijo con convencimiento, y siguió caminando.

A medida que el joven daba un paso, demostrando fe y valor, la serpiente iba menguando. Había aprendido a escuchar la voz de su interior, y esta le gritaba que siguiera, que no se detuviera.

-Si piensas y sientes que eres invencible, entonces lo eres –le dijo una voz en su cabeza.

-Soy más fuerte que tú –gritaba una y otra vez aquel reptil, para que el joven no prosiguiera.

Al hacer caso omiso a sus advertencias, la serpiente siguió menguando. Cuando el joven cruzó aquel puente por completo, el animal se evaporó por completo.

-Te has enfrentado a distintos y duros enemigos, joven amigo –le dijo el dragón sabio que estaba esperándole al otro lado del puente, entre una intensa niebla–, pero al fin has conseguido llegar al sentido.

 -¿Queda mucho para encontrar el sentido, sabio dragón?

-No has dejado de avanzar hacia él, según avanzabas en tu camino de la vida, joven amigo –respondió a la pregunta.

-¿Dónde está entonces? –preguntó sin saber a lo que se refería el sabio dragón.

-Está aquí mismo.

-¿Dónde? No lo veo –preguntó el joven campesino.

Entonces el dragón desapareció. El joven pudo ver a penas al alcance de su mamo, un cofre en el que se podía leer una inscripción que decía, “el cofre del sentido”.

-¿Aquí se halla el sentido? –Preguntó el joven entusiasmado con la idea de averiguar el sentido.

El chico cogió el cofre e intentó abrirlo, pero no podía. Observando el cofre, vio que este tenía un candado, y hacía falta una llave.

-¿Y la llave? ¿La tienes tú dragón sabio? ¿Dónde estás? –preguntó agobiado por no ver al dragón.

Al instante, el dragón apareció a su lado.

-Tú eres el que la tienes –respondió el majestuoso dragón–, siempre la has tenido.

Entonces recordó cuando inició el viaje por su camino de la vida. El lobo le había dado una pequeña piedra y le había dicho que sería lo que él quisiera que fuera, y que sabría cuando tendría que usarla.

Entonces sacó la piedra del bolsillo. Esta brillaba con una luz cegadora. Mientras, el joven pensaba que había llegado el momento de usarla, y la introdujo en la pequeña ranura del cofre.

La piedra encajaba perfectamente. Entonces el joven la giró, con el convencimiento de que se abriría el cofre, y así fue.

-Ya está, por fin, he llegado al sentido –exclamó el joven, entusiasmado por el triunfo.

Al abrir el cofre, encontró un diploma en el que se podía leer unas palabras:

 

“Enhorabuena, lo has conseguido. Has encontrado el sentido. Ahora sigue caminando y aprendiendo. El camino a veces puede ser duro y largo, pero la recompensa no tiene límites.”

 

-¡Qué! –gritó el campesino algo enojado y sin entender aquello–. No entiendo nada ¿Cuál es el sentido, dragón sabio?

-Dime qué has aprendido joven amigo.

-No lo entiendo ¿Cuál es el sentido? –insistía el joven, al que no le gustaba que no le contestasen a sus preguntas.

-Dime a quienes has conocido y qué has aprendido, joven amigo.

-No entiendo nada ¿Dónde está? –insistía.

-Contesta a mi pregunta –le dijo el dragón sabio.

El chico, al ver que no obtenía respuesta, decidió responder, esperando así que al término de sus explicaciones, el sabio dragón contestase a su pregunta.  

-He conocido a Fe, mi amigo lobo –comenzó el joven.

-¿Y qué has aprendido? –le preguntó el dragón.

-Él me mostró el camino, mi camino. Pues cada uno tiene su propio camino, ¿Verdad? –dijo el chico para que el dragón sabio se diera cuenta lo que había aprendido.

-Muy bien joven amigo, sigue contándome.

-También que todo tiene su forma de comunicarse, aunque no lo comprendamos. Conocí a la señora del pasado y al anciano del futuro. Me hicieron ver que del pasado se puede aprender, pero que no hay que vivir en él, porque eso te distrae del presente.

-Prosigue.

-Y que el futuro es incierto. Sobre todo que hay que aprender y disfrutar de cada momento, del presente. También aprendí que la fuerza que me rodea hay que aprovecharla a mi favor, no luchar contra ella.

-Muy bien joven amigo, pero continúa por favor –añadió el dragón sabio.

-Conocí al niño y al enano, y aprendí que en el camino de la vida, mi guía son mis sensaciones, y que las cosas no son siempre lo que parecen. Que hay cosas que los ojos no pueden ver y que los oídos no pueden escuchar. También a tener valor y saber que todo forma parte de mí, y yo de todo. 

-¿Cómo venciste al dragón del miedo y de las dudas, y a la serpiente de la negatividad?

-Sabiendo que también forman parte de mí, y al ser parte de mí, en mi interior estaba la respuesta. También escuchando esa voz que me habla y que no sabía escuchar, pero que ya he aprendido a escuchar.

-Cuéntame joven amigo, que pasó con la bella tentación.

-La bella sirena. Quería que me quedase con ella, pero mi guía me decía que tenía que continuar, aunque parte de mí quería quedarse.

-Supiste escuchar lo que los oídos no pueden captar. No te distrajiste de tu camino. Has aprendido mucho, joven amigo ¿Algo más? –preguntó el dragón.

-Que el camino de la verdad es duro pero merece la pena andarlo, porque el desenlace lleva a increíbles sensaciones. Y también te conocí a ti.

-¿A mí? ¿Qué te he enseñado yo?

-Me enseñaste que las cosas no son siempre lo que parecen y que nadie tiene culpa de cómo es, ni lo que es. Que todo en la naturaleza cumple su función. Ahora tengo que encontrar el sentido.

-No hay mayor ciego que el que no quiere ver –le dijo el dragón.

-No te entiendo.  

-Todavía no lo has comprendido, joven amigo.

-¿Comprender el qué? –preguntaba sin saber a lo que se refería el dragón.

-El sentido es…

-Dime, dime –interrumpía ansioso el joven campesino.

-El sentido es andar tu camino, aprender de todo lo que vivas en él.

-¿Y ahora qué? –Preguntó el chico.

-Sigue tu camino, aprende de todo lo que te rodea y de ti mismo.

-¿Todavía no he terminado el camino? Después de todo lo que he pasado.

-Nunca se termina, joven amigo. Ese es el sentido, caminar y aprender. Has aprendido más de lo que tú mismo te crees, pero en tu camino te seguirás enfrentando a distintos enemigos. Volverá el dragón del miedo y de las dudas, la bella tentación, la serpiente de la negatividad, y el camino de la mentira siempre estará también ahí.

-¿Y de qué me sirvió vencerles? –preguntó desanimado y cansado.

-Has aprendido a vencerles, ahora cada vez que vuelvan a ti te será más fácil vencerles. No olvides que forman parte de ti, y en ti hallarás las respuestas, joven amigo. Te encontrarás algunas etapas de tu camino muy duras y otras no lo serán tanto, pero todas son necesarias y de todas aprenderás.

-¿Nos volveremos a ver dragón sabio?

-Nunca olvides que formo parte de ti, así que siempre estaré contigo. Y tú formas parte de todo.

-¿Lo que tengo ahora que andar, será tan duro?

-Es necesario, joven amigo. Y ahora, prosigue tu camino.

-Gracias por todo –dijo el joven iniciando la marcha.

-Recuerda todo lo que has aprendido, joven amigo. Formo parte de ti. Abre y escucha tu corazón. Mira y escucha más de lo que tus sentidos te pueden mostrar.

El joven se dio la vuelta y pudo observar a todos los seres que había conocido a lo largo de aquel viaje.

En la lejanía podía divisar a la gran serpiente y al dragón alado. También divisó a una joven, a quien identificó como la bella tentación. Pero más cerca de él pudo ver a su amigo el lobo, a los ancianos, al enano, al niño y al dragón sabio.

-En el camino de la vida, mi guía será mis sensaciones –se repetía una y otra vez el joven campesino, mientras proseguía su camino y se alejaba de aquellos a quienes había conocido.

El joven se dio la vuelta para ver una vez más a sus amigos, pero ya no estaban ahí. Inicio de nuevo la marcha, y sin mirar atrás, prosiguió su camino.   

 

FIN.

 

P.D.: ¡A vivir!