Sin Humildad no hay... Paz


Para aquellos que han conectado con su Yo profundo, con su Yo auténtico, con su interior, con su Yo Divino. Para aquellos que creen que saben algo, para aquellos que hablan sin haber sentido nada, para aquellos que han sentido y hablan como si fueran su Yo Divino, pero que aún siguen identificados con su mente. Para aquellos que aun creen en maestros, seres de Luz, Dios, o incluso se creen algún elegido. Para aquellos que aún persiguen la Paz interior o cualquier otro objetivo fuera de sí mismos. Para aquellos que dicen y creen saber que el cambio de consciencia ha de venir, y que ellos podrán verlo desde su forma física-mental. Nadie es la forma, y la forma no sabe nada.

Para aquellos que han percibido la grandeza, la verdadera y profunda Paz sin opuesto, más allá de la mente, pero que aun así siguen actuando desde lo que no son, sin unificarse con su Yo Divino. Para aquellos que incluso teniendo consciencia no actúan con ella, influenciados aun por su mente, sus miedos, vanidades y egos. 

 

Esta es la historia de una persona que aun se identificaba con la mente, pero que intuía y percibía que no todo era como él pensaba ni como le habían hecho creer desde siempre.  

Comenzó a percibir que algo en su interior quería despertar, que él era mucho más de lo que se podía ver a simple vista, que no era como la gran mayoría de la gente. Tras un período de tiempo en quietud, y experimentando lo que la vida tan sabiamente ponía a su disposición, fue percibiendo como su perspectiva cambiaba. Ya no le interesaba nada de lo que antes sí le interesaba. Ya no tenía miedo, ya no buscaba lo que antes tanto le había interesado, pero seguía buscando algo, la Paz interior. Había escuchado hablar de ella, y no dejaba de buscarla ni un segundo. Tal era su frustración por no saber en que lugares buscarla, que después de mucho viajar, de mucho preguntar, de mucho leer, aun seguía intranquilo al no percibirla.

Tras algunos de sus viajes, tanto físicos como interiores, había percibido grandes, bellas e inexplicables sensaciones. En un principio necesitó compartirlas, ya que de su gran magnitud no podía entenderlas y todo le superaba.

Fue viendo como todo cambiaba a su alrededor, y dentro de él. Sus amigos, su familia, todos percibieron un profundo cambio en él.

Al principio del cambio la vanidad apareció. “Eres más que un cuerpo, eres consciente de ello y no todo el mundo lo es. Que importante eres. Hazlo saber a los demás”, le decía la vanidad. Creía que tenía un mensaje que dar al mundo, que el mundo podía cambiar, y se dispuso a ello. Quería imponer su ritmo a los demás, sin darse cuenta que para que él sintiera todo aquello que había sentido, había pasado y vivido diferentes experiencias para prepararle para ello, y que cada uno tiene su ritmo.  

Finalmente se dio cuenta que no podía imponer su ritmo, y que todo estaba como tenía que estar. Dejó de desear cambiar el mundo y de considerarse un elegido.  

Él percibió que cuando hablaba con vanidad no emanaba lo mismo a los demás, y estos no percibían nada en él. Al final entendió que la vanidad es una de las estrategias de la mente, una de las cuales no te deja conectar con lo que eres en realidad.

Al trascender la vanidad, al no creer en nada de lo que había leído, escuchado o visto, a no creer ni siquiera en sí mismo como cuerpo, empezó a percibir un atisbo de la auténtica Paz interior.  

Su peregrinaje iba por buen puerto. Se sentía alegre, sentía Amor por todos, percibía el vínculo que a todo ser humano les une, pero aun era un espejismo de la auténtica Paz. 

Siguió experimentando aquellas vivencias que estaban en su camino, pero logró des-identificarse de la mente, haciendo caso omiso a aquellos juicios mentales sobre los demás, como quién está más avanzado que otro, o esto está bien y lo otro mal. Incluso llegó un momento en el que ya no había ningún tipo de juicio en la mente.

Aun, después de todo aquello, de sentir constantemente Amor por todos, algo más quería despertar en él. Realizó un viaje muy importante, que le llevó a algo inexplicable. No era nada físico, nada que se pueda explicar, sin forma. Percibió como algo le hablaba, más bien sentía lo que querían explicarle. Esa energía le hizo sentir que formaba parte de él, que ella era él, y que él no era él mismo. Le hizo saber, que según su preparación, ella podría estar con él, pero que tenía que prescindir del miedo que la mente produce, de la ira, la vanidad y aquellos egos que aun relucían en él. Después de aquella experiencia y todo lo que había sentido, decidió compartirlo.  

Hablaba de que todos eran uno, de que hay que tratarse bien, de que había sentido hermosas sensaciones que estaban al alcance de todos y de muchas otras cosas. Había quienes no le entendían, incluso algunos a los que molestaba.

Algunos de sus anteriores amigos, también algunos miembros de su familia, no aprobaban lo que hacía, no entendían nada de su comportamiento y le recriminaban. En un principio no aceptaba los comentarios de los demás, pensaba que no le entendían y que ellos mismos se estaban negando la oportunidad de conectar con lo que realmente eran. Después de un tiempo comprendió que incluso a aquellos que le criticaban y que no aprobaban sus acciones ni su forma de pensar, les tenía que aceptar. Comprendió que todo tiene su momento, que cada uno tiene su camino, y lo aceptó.  

Conectó más profundamente “consigo mismo”, sabiendo y sintiendo que desde la mente no tiene sentido intentar entender nada, ni enjuiciar a nadie, ni dictaminar lo que es correcto o incorrecto. Supo, sintió y de forma intrínseca se quedó en él grabado, la aceptación a los demás, entendiendo que la experiencia que cada uno vive le acerca más a sí mismo, y que aquellos que antes enjuiciaba y condenaba como malas personas, no eran ellos mismos. Supo entonces, que él tan sólo estaba juzgando a la forma, y que nadie es la forma. Que aquellas formas que juzgó eran prisioneras de su identificación con la mente, con el cuerpo, con su realidad.

Ese gran Amor y conexión a todo lo existente ya formaba parte de él, lo que le hacía permanecer sin sufrimiento alguno, pero aun notaba que algo más intenso quería despertar en él. Dejó de percibir tan intensamente ese Amor, ya formaba parte de él, tan sólo sentía Paz, tranquilidad. No sentía sufrimiento. Percibía que el mundo físico no era real, que todo tenía un principio y un final, pero que algo más allá de todo lo físico, era intemporal y eterno. Él, en esencia, era eso.

Sabía que no podría encontrar su bienestar en nada físico, en nada de lo que pasara en el mundo físico, ya que este tan sólo es imaginario y solamente pasa a nivel físico, pero que él no es un cuerpo, y que lo auténticamente especial estaba fuera de todo lo que el mundo podía ofrecerle, todo estaba en él. Así que ya no deseaba nada, no tenía inquietudes ni miedos, pero eso intimidaba a algunas personas, porque les hacía relucir sus temores, y tenían miedo de enfrentarse a ellos.  

Algunos agradecían su presencia y se enfrentaban a sus miedos, consiguiendo ir superándolos. Otros, “decidían” alejarse de él, ya que no era como ellos. Él aceptaba todo, no recriminaba nada, ni siquiera pedía la aceptación de nadie. Ya no tenía inquietud ni necesidad de compartir todo aquello que sentía, tan sólo hablaba para aquellos que tenían y querían escuchar.  

Algunos percibían en él esa tranquilidad que emanaba. Otros, los que aun le identificaban como forma, o sea amigos y familiares, y otras personas que no entendían nada de aquel ser, no lo percibían con tanta intensidad. Él representaba un debate mental entre lo que se daba por correcto, por verdadero, por “normal”, y muchos no querían vivir ese debate en sí mismos, ya que les asustaba. Aceptar que hay otros caminos, otras formas de vivir, y que la que se daba por cierta tan sólo es un espejismo y aceptar que no se sabe nada y que nada de lo que se cree saber vale, les asustaba, así que se alejaban de él.

Aquel ser vivía como ellos, pero sin miedos, con plena aceptación y sin sufrimiento. Se le veía tranquilo, con algo que los demás carecían y que querían, pero muchos prefirieron catalogarle como extraño y con ello como negativo, en vez de profundizar en lo que “había conseguido”. Otros, sin embargo, al percibir de él una bella tranquilidad, le preguntaban como lo había conseguido. En ocasiones se comparaban con él, afirmando que nunca ellos podrían conseguirlo. Él siempre decía que no había nada que conseguir, pues que todos ya eran Paz, que tan sólo se tenía que dejar a un lado lo que no se era, y unificarse a lo que se era. 

En algunos momentos notaba que no emanaba con la misma energía, que los que habían percibido algo grandioso e inexplicable a través de él, a veces no lo sentían. Eso le creó dudas, alejándose por ello de la Paz sin opuesto.  

Había leído y escuchado que algunos lugares tenían alto nivel vibratorio, y quiso viajar a ellos. No tardó en darse cuenta que aunque ciertamente haya lugares de altas vibraciones, no es necesario ir a ellos para conseguir nada. El lugar en el que estés no es importante, ni lo que comas, ni tantas cosas que se dan por hecho por algunas personas que a si mismas se denominan espirituales. Olvidando todo, y no calificando nada como cierto o falso, hay que percibir interiormente.  

Pasado un tiempo, realizó otro viaje interior. Le explicaron a través de diferentes sensaciones que él, como cuerpo, tan sólo era un vehículo, y que según su preparación, una energía más intensa que otra, entraría en él. Así que entendió que no en todo momento esa energía está en él y por ello no siempre emite o hace sentir a las personas esa Paz que en otros momentos si hace sentir al estar en él esa energía.  

Nadie “puede” hablar en nombre de su Divinidad interior cuando esta no está dentro de él, y cuando habla desde la mente.

Y aunque estaba en constante sintonía consigo mismo, con la Paz sin opuesto, lo que le permitía vivir sin sufrimiento, no siempre lo trasmitía, ya que tan sólo se emite cuando así ha de ser, para aquellos que han de sentir y percibir, no cuando la mente lo desea.

 

            Para ser canal de “La Divinidad Interior” hay que trascender lo que no se es, o sea, lo que produce la mente. Egos, vanidades, celos, ira, odio, rencor, juicios. Prescindir del deseo, comprendiendo y sintiendo que nada exterior, fuera de uno mismo, es imprescindible ni necesario. Todo deseo desaparece, no deseas cambiar nada, es perfecto. No crees en nada leído, escrito, ni dicho. Liberas la mente de toda creencia. Ya no crees en Maestros, seres de Luz, ni crees a nadie mejor que nadie. No ambicionas nada, no necesitas conseguir nada, ni material ni espiritual. Sientes Paz, vives en conexión con esa Paz sin opuesto. Ya no tienes necesidad de hablar, ya no tienes inquietudes. Todo está en ti mismo, tú lo eres. Es perfecto, es como ha de ser. Eres TÚ.